LAS TIERRAS IMPÍAS
Las Tierras Impías se despliegan más allá de los límites de la cordura, extendiéndose como un erial oscuro e insondable en los márgenes de lo desconocido. Cuando el mundo cayó en la desesperación y las bombas arrojaron su fuego inmortal sobre el suelo, hubo un lugar en el que la radiación, saturada y concentrada más allá de lo soportable, alcanzó tal intensidad que parece haber desgarrado el mismo tejido de nuestra realidad. Quizá abrió un portal hacia otro mundo más allá de la comprensión humana, o tal vez deformó esa zona de nuestro propio planeta hasta convertirla en una parodia grotesca de lo que alguna vez fue.
En este abismo prohibido, las montañas han adquirido formas que desafían toda lógica: se elevan y retuercen en líneas imposibles, fundidas y mutadas en colosales formas agonizantes que parecen pulsar con un hambre insondable. Las planicies rocosas ondulan como las olas de un mar embravecido, y a veces se alzan en violentos espirales de piedra que surgen como lanzas del suelo, sólo para colapsar y ser tragadas de nuevo en un ciclo eterno y ciego, como un pulso que late con una cadencia alienígena. Grietas y abismos se abren y cierran sin advertencia, cuevas que exhalan un hedor antediluviano parecen retorcerse y desaparecer en una danza que escapa al entendimiento humano, creando un entorno en constante transformación, un paisaje que en cada segundo se vuelve más hostil, más retorcido, más hambriento.
Y cuanto más te adentras en estos dominios de locura, más opresivo se vuelve el aire, más caótico el suelo bajo tus pies. Es como un torbellino que te arrastra hacia su vórtice, un abismo que te reclama con el llamado primigenio de una entidad de pesadilla. Si tienes la fortuna (o la maldición) de permanecer en los márgenes de este lugar, quizás conserves una chispa de vida y la sombra de tu humanidad, por otro día más. Pero si sucumbes al susurro de las profundidades, si permites que el oscuro remolino te atraiga hacia el corazón de esta región blasfema… entonces, dicen los rumores, cruzarás un umbral que no es de este mundo. Porque en el núcleo mismo de las Tierras Impías, se abre un portal al Infierno, o quizás a algo aún más oscuro y antiguo que el mismo Hades.
Y, sin embargo, en este páramo insano, hay indicios de vida. Fragmentos de una humanidad que ha sido desgarrada, arrastrada de vuelta a un salvajismo que antecede incluso a los primeros latidos de la civilización. Tribales y caníbales, susurrando oraciones a dioses olvidados, luchan por sobrevivir en una lucha implacable y cruel. Y bestias que parecen haber salido de historias de fantasía o más comúnmente, de la peor de las pesadillas.
En este lugar, donde las sombras y las ruinas son tan antiguas que parecen cargadas con el peso de eones olvidados, diferentes bandas de hombres y criaturas se enzarzan en una lucha encarnizada. Una guerra salvaje por cada mísero recurso que pueda encontrarse, pues hasta el agua se convierte en un trofeo, y la más simple chispa de alimento es defendida con la furia de un ejército. Sin embargo, no es solo el hambre o la sed lo que impulsa a estas bandas a desgarrarse unas a otras en un frenesí de acero y sangre, ya que en las profundidades de las ruinas olvidadas, cubiertas de musgo y escombros, yacen tesoros de tiempos mejores, reliquias de un mundo que se desmoronó hace tanto que solo queda su eco.
Sólo las brujas del Aquelarre Nocturno conocen retazos de lo que era la vida en la Tierra que Fue, susurros de una era tragada por esta región maldita, fragmentos de saber robados de tiempos arcaicos que yacen en susurros oscuros. Ellas guardan en su mente retorcida secretos que no deberían haber sobrevivido, secretos que tal vez traen consigo más perdición que salvación.